Por ser la mejor madre, me olvidé de ser la mejor esposa

Por Rosangélica Barroeta
@rosangelicabarroeta

El día que firmé mi divorcio y decidí poner fin a una historia de soledad y tristeza, me prometí no permitirme nunca más volver a sentirme como en aquellos meses cuando silencios continuos, nada de convivencia y noches frías eran parte de mi día a día.
Cuando conocí a Juan, dentro de aquella plática que duró varias horas, manifesté mi sueño de ser madre y tener familia. “El tener hijos no está en mis planes; yo nací para vivir en pareja”, me contestó. Me pareció el ser más raro de la tierra, pero como apenas comenzábamos a conocernos, no le di importancia; total, seguro iba a encontrar a una mujer que compartiera su filosofía de vida, a mí qué.
Meses después, cuando comenzamos una relación, retomamos el tema y cada uno insistía en su postura. Yo, moría por ser madre; él, pareja. Cada uno en su canal, sin discutir. Poco antes de embarazarme, un día se sentó a explicarme a qué se refería con “ser pareja”. “Muchas veces las mujeres, cuando tienen hijos, se olvidan de ser pareja, de ser esposa… y la relación se va apagando”, aseguró.
Ese día me quedé un poco confundida, para mí era muy claro que no había por qué descuidar o cambiar a uno por el otro. No entendía por qué lo decía.
Cuando nació Juan José –mi sueño hecho realidad-, la emoción y alegría invadieron mi ser, así como los nervios y temores. Ese 6 de enero no recordé la máxima de Juan… ser pareja por siempre.
Semana a semana el cansancio fue apoderándose de mí. Cada vez tenía menos energía, me sentía desesperada por no entrar en mi ropa ni tener tiempo para arreglarme las uñas y el cabello ni para comer con alguna amiga sin tener que levantarme cinco veces de la mesa.
Los días se me hacían cortos lavar y doblar ropa, arreglar la casa, hacer la comida, bañar al bebé, darle de comer, arreglarme y, además, meditar día y noche si debía o no regresar a trabajar.
Cuando regresé al trabajo, los días duraban menos, tenía que dividirme en mil. Cumplir con mis obligaciones laborales, hacer lo imposible por establecer una lactancia exitosa, comer en dos minutos o mientras Juan José dormía, cuidarlo, bañarlo y todos los demás quehaceres de una “señora”. Me escudé en lo que “es lo mejor para el bebé”. Y sin darme cuenta, ¡me fui olvidando de esa parte, del ser pareja!
Comencé a hacer lo que años atrás me habían hecho y que había terminado por romper mi matrimonio y derrumbar mis ánimos. Cuando mi esposo llegaba a casa, le contaba cuan cansada estaba, cuando él intentaba abrazarme, yo sólo quería dormir y ni qué decir de tener relaciones, era tema prohibido.
Qué injusto… me parecía que no se ponía en mi lugar. Un día Juan aprovechó la oportunidad para abrirse y decirme lo que sentía. Fue entonces cuando comprendí a lo que se refería con “ser pareja y no olvidarse de ser esposa”.
En efecto, en mi lucha constante por ser la mejor madre, me había olvidado de ser la mejor esposa. Yo creía que con estar despierta cuando él llegaba del trabajo estaba cumpliendo, con darle algo de cenar y medio arreglarme los fines de semana cuando íbamos a salir.

Muchas veces ignoramos los errores que cometemos hasta que nos enfrentamos con esa realidad que vamos construyendo con nuestro actuar diario. Olvidamos aquella frase que reza que estaremos “en las buenas y en las malas”, también los detalles y palabras, olvidamos decir “te amo” no solo al recién nacido, sino también a la pareja. Dedicamos la vida a esa personita que vemos indefensa, olvidándonos que esa persona que parece ser fuerte e indestructible, la pareja que elegimos para compartir la vida, también es humano y necesita cariño y atención.
En ocasiones, nuestra venda es tan grande, que no nos damos cuenta que ponemos el escenario perfecto y abrimos la puerta para la llegada de un tercero. Y sí, creo que muchas veces por eso fracasan los matrimonios, porque nos olvidamos de ser pareja y nos dedicamos a ser madres y nos olvidamos hasta de ser mujeres.
Hoy por hoy estoy convencida que si no tienes un balance y equilibro en todas las partes que componen tu vida, una de ellas termina fracasando.

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